jueves, 18 de diciembre de 2008

LONDRES: TRÁS LAS HUELLAS DE SHERLOCK HOLMES

Si usted busca la ciudad de Sherlock Holmes, el Londres neblinoso iluminado con sueños y lámparas de gas, todavía puede encontrarlo. En La liga de los pelirrojos, Holmes le dice a Watson: “mi hobby es tener un conocimiento exacto de Londres”. Entonces, utilizando sus pistas, siga a pie las huellas de Sir Arthur Conan Doyle, y de su detective.
Todo comienza por la moderna Baker Street. Esta arteria entre Regent’s Park y Oxford Street está repleta de pequeños negocios, sandwicherías y bancos. Desde 1932, la casa central del Abbey National Bank ocupa los números 215 y 229, incluyendo el 221-B de Baker Street, el domicilio de Holmes en la ficción. Por eso, en 1985, el banco trató de recordar su asociación con el detective colocando una placa recordatoria a la salida de la estación de subte de Baker Street. Sherlock Holmes goza en Londres de una fama que pocos personajes llegan a adquirir. Un empleado del Abbey National Bank responde entre 40 y 100 cartas semanales ¡dirigidas a Holmes!
Desgarbado violinista y experto en química, por momentos indolente, silencioso a su turno y siempre deductivo, el detective que Doyle creó inspirándose en el médico Joseph Bell, fue interpretado más de 200 veces en el cine, sin contar los dibujitos animados que también le rindieron homenaje. Clive Brook, Arthur Wontner, Raymond Massey, Robert Render, Martin Fric, Reginald Owen, Bruno Guttner, Hermann Speelmans, Basil Rathbone, Peter Cushing, Cristopher Lee, Nicol Williamson y Cristopher Plummer le dieron vida a su turno. Y hasta Michael Caine, haciendo de falso Holmes en Without a clue (Cuidado… llegaron los detectives), la comedia de Thom Eberhardt, interpretó al célebre detective de la literatura inglesa.

UNA ESTATUA FAMOSA

A sabiendas de la creciente popularidad de la creación de Conan Doyle, G.K. Chesterton propuso en 1930 que Londres tuviera una estatua para homenajear al personaje. Aunque llevó décadas, la idea se concretó en septiembre de 1999, cuando una escultura de bronce, de 2,7 metros de altura, realizada por John Doubleday, se descubrió a la salida del Marylebone en la estación Baker Street. Pero la persona que más contribuyó al mito se llama Marcelle Shulman, y es la mujer que desde 1990 empezó a producir souvenirs del detective para satisfacer la curiosidad de los turistas. Shulman hoy tiene un local en el número 230, en donde vende stickers, sombreros, pipas, tableros de ajedrez y otros cientos de ítems holmesianos.
Frente al negocio está el Museo Sherlock Holmes. En sus tres pisos, todo se ambienta con el mejor gusto victoriano de Doyle. A medida que se llega a Oxford Street, se acorta la distancia hacia Wallace Collection, uno de los más adorables museos de Londres, con pinturas de los Vernet, una familia francesa de pintores. En
El intérprete griego Colmes le confiesa a Watson que él desciende de los Vernet, y agrega: “El arte adquiere las más extrañas formas en la sangre”.
Tomando por Regent Street se llega a Piccadilly Circus, a cuya izquierda está el Café Royal, un coqueto restaurante francés de 1865 y el lugar en donde a Holmes lo atacan en
La aventura del cliente ilustre. Pasando la estatua de Eros, en Piccadilly, se encuentra el Bar Criterion, donde Watson oyó por primera vez hablar de Holmes, un excéntrico estudiante del hospital Bartholomew que necesitaba un compañero de cuarto. Más allá de Circus están los clubes Pall Mall, en los que se inspiró Doyle para mencionar el Diogenes Club del hermano de Holmes, Mycroft, en donde sus miembros no podían hablar. Justo antes de que Sherlock llegara a Londres, entre Oxford y Trafalgar se trazó Charing Cross Road, que apartó los barrios más pobres de la ciudad.

DE DICKENS A DOYLE

Los victorianos transformaron el Londres de Dickens en aquel de Conan Doyle no sólo creando esa avenida, sino reconstruyendo Regent Street, agrandando Piccadilly Circus, desplegando la enorme Shaftesbury Avenue y, sobre todo, construyendo las tres millas del Embankment, el camino que rodea la orilla boreal del Támesis. Es justamente en Charing Cross, y no en Baker Street, donde suceden la mayoría de los incidentes de la saga de Holmes. De todas las librerías de Charing Cross, a Morder One van los amantes de las novelas de detectives. El negocio tiene todos los textos ingleses de misterio y se especializa en las versiones mundiales de Sherlock Holmes. A la derecha, Great Russell Street lleva hasta el British Museum y la Museum Tavern, mencionada en El carbunclo azul, aún con lámparas de gas y paneles de madera. Cuando, según la ficción, Holmes llegó a Londres a fines de 1870, se hospedó en la esquina de Montague Street, cerca de donde vivió el mismo Doyle.
Nada complacía más a Holmes, después de un caso complicado, que despedir el día en el restaurante Simpson’s-in-the-Strand, que con su clásico menú inglés y sus mozos vestidos de impecable blanco ha sido parte de la escena británica desde 1828. Cerca de allí, en el departamento de policía de Bow Street, el detective hizo una brillante deducción para concluir El hombre del labio retorcido.
The Sherlock Holmes Public House and Restaurant, cerca del viejo Scotland Yard, y los baños turcos que tanto frecuentaban Holmes y Watson se encuentran en donde estaba Northumberland Arms, el hotel mencionado en
El sabueso de los Baskerville. El bar siempre está lleno y sus paredes exhiben objetos que ilustran las aventuras del gran detective y un arma como la que portaba Watson. En el primer piso hay una reproducción del comedor de Holmes, creado en 1952 por el Abbey National Bank para el Festival de Gran Bretaña. Allí hay una pipa, un violín y unas agujas de morfina, el hábito más desafortunado de Holmes. Una figura de cera recuerda al Holmes de La casa vacía.
Al salir del museo puede sentarse en las mesas de la vereda, pedir un “Sherlock Holmes Ale” y recordar el pasaje de
El paciente interno, cuando Holmes gira y le propone a Watson: “La tarde trajo una brisa. ¿Qué diría de una caminata por Londres?.

SOBRE UN TEXTO PUBLICADO EN CLARIN EL 14-05-2000

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